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"La grieta", instalación de la artista colombiana Doris Salcedo.

martes, 25 de octubre de 2016

VEINTIOCHO


    “Vamos, Rinaldi, empiece. Quiero escucharlo cantar el himno”.

   Intimidado por hallarse ante una mesa examinadora después de tanto tiempo, pero sobre todo por estar de nuevo frente a la Saggioratto, la profesora de Música a quien detesta, Quique transpira bajo el guardapolvos escolar y ruega que el tormento se termine pronto. Se aclara la garganta y comienza a cantar.


   Oh, say can you see by the dawn's early light
   What so proudly we hailed at the twilight's last gleaming?


   “¿Pero qué hace, Rinaldi?”, resuena la voz de la Saggioratto como una cimitarra silbando en el aire. “¡El himno argentino, le estoy pidiendo, no el de Estados Unidos!”.

   La mujer menea la cabeza con aire grave y estampa una anotación en una planilla, que Quique interpreta como un rotundo 0.

   “A ver, pruebe con la Marcha”.

   “¿La de San Lorenzo?”.

   “No, Rinaldi, la Marcha Peronista”.

   Quique siente que la Saggioratto se está ensañando con él. Mira en todas direcciones en busca de alguien ante quien denunciar la arbitrariedad a que está siendo sometido pero es en vano: sus ojos sólo encuentran un cartel luminoso que centellea la frase “Nacional y Popular” con grandes letras rojas.

   “Vamos, Rinaldi, ¿qué está esperando?”, lo urge la mujer, y a Quique no le queda más opción que intentar cumplir la orden.


   The peronistas boys
   we will win all together
   and we’ll give, as ever,
   a brave shout from the heart:
   Go on Perón, go on Perón!

   La Saggioratto da un manotazo sobre el escritorio y le ordena que haga silencio. Quique la mira asustado y descubre con sorpresa que la Saggioratto es, en realidad, Evita.

   “¿Pero a este quién lo manda? ¿Braden?”, dice Evita, ofuscada, se levanta de la mesa examinadora y se va.

   Quique comprende que no sólo acaba de llevarse irremediablemente Música a marzo sino que es probable que lo expulsen del colegio. Atraviesa cabizbajo los pasillos desiertos pero, justo cuando está por llegar a la puerta, tiene una iluminación. Desanda entonces el trayecto caminado e irrumpe en el aula. “¡Ya me acordé del himno!”. exclama eufórico y canta:

 
   Oó juré moscongrié tamorir
   Óo  juré emoscongrié tamorir.

   Al instante, comprueba que se ha equivocado de puerta. Esa no es su aula. Ha salido al descampado donde ensaya la murga y ahora una veintena de aterradores rostros pintados lo enjuicia con severidad. Los murgueros, disfrazados con ropajes multicolores, empiezan a rodearlo con su danza siniestra y hacen sonar sus tambores mientras cantan a viva voz una canción que él desconoce y que empieza diciendo:


   ¿No lo vieron al gorila
   que no pisa más el bar?

 
CONTINUARÁ    
(¡Faltan 3 capítulos para el final!)                   

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