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"La grieta", instalación de la artista colombiana Doris Salcedo.

martes, 4 de octubre de 2016

VEINTIDÓS


   Yarará y uno de los albañiles más jóvenes anunciaron que irían al gremio para recabar instrucciones. Quique se excusó aduciendo que tenía turno con el médico. También improvisó argunentos bastante retorcidos para rehuir la compañía del Chino. Necesitaba estar solo, subirse a la moto y buscar que el viento disolviera tanta pesadumbre acumulada.

   Se sentía infinitamente desolado. ¿Este era el futuro que le esperaba? ¿Así iba a ser la vida que estaba condenado a soportar? ¿Trabajar duro todos los días, aturdido por el ruido de las amoladoras y la cumbia, rodeado por individuos limitados con los cuales sólo podría hablar de fútbol (y para colmo teniendo que fingir que era de Boca)? ¿Quedar a merced de las arbitrariedades urdidas por Bevilacqua? ¿Acostarse invariablemente preocupado por llegar a fin de mes,  subsistir acechado por la mordedura siempre latente de la pobreza, sin más salida a la vista que una boleta providencial de Quini 6?  

   Lejos de aliviar su contrariedad, el viaje en moto parecía potenciar en él una lúcida desesperanza que bosquejaba ante sus ojos el mapa de un mundo angustiante. Ya no tendría una vida confortable, no podría darse esos pequeños gustos que justificaban ei esfuerzo cotidiano. No más escapaditas los fines de semana largos (la perspectiva de un viaje con Luján y los tres chicos le resultaba, cuanto menos, claustrofóbica). No más gimnasio dos veces por semana. No más exploraciones nocturnas en busca de restaurantes y bares agradables. Ni siquiera podría gastarse unos pesos cada tanto llamando a la agencia de acompañantes. Le resultó oprimente tener la certeza de que jamás en su vida volvería a coger con una rubia.

   Al pasar frente a una estación de servicio, recordó que tampoco estaba en condiciones de seguir malgastando nafta. Se detuvo en una calle céntrica sin saber qué hacer. Una chica pasó repartiendo volantes y le dejó uno. Decía: “Licenciada Maia Wilkins – Vidente – Tarot – Parapsicología. Trabajos garantizados” y daba un número de celular para contactarse. Le pareció de cuarta. De todos modos, plegó el papel y se lo guardó en el bolsillo. Así de bajo había caído.

   No era justo, pensó. Él no había nacido para llevar una vida así; él era clase media. Tenía derecho a sostener otras aspiraciones. Sin embargo, un acontecimiento fatídico lo había depositado en el sórdido pelotón de los excluidos. ¿Un equívoco de Dios? ¿Un berrinche del destino? No, seguramente había sido una maniobra brutal de la resistencia kirchnerista. Sólo de esa forma podía explicarse su presencia actual en el lado equivocado de la grieta, la famoss grieta, ese cisma social pergeñado por la Yegua y sus secuaces, empeñados en instalar el odio entre los argentinos.

   Tenía razón el presidente cuando decía que había que sellar la grieta cuanto antes. Él estaba totalmente de acuerdo, sí señor: había que sellarla con cemento y con todos los kirchneristas adentro para que no salieran nunca más. Había que terminar con tanto odio de una vez y para siempre.

 

CONTINUARÁ

2 comentarios:

  1. Tiemblan las convicciones "populistas". "Nada es para siempre". Viva Colón!!! (No me digás que me pusiste la roja y blanca, Alfredo)

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  2. Me mataste, no entendí la relación que hiciste. Pero bueno, por las dudas, no mezclemos aquí las grietas futbolísticas, que con la otra ya hay para hacer dulce,

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