Yarará y uno de los albañiles más
jóvenes anunciaron que irían al gremio para recabar instrucciones. Quique se
excusó aduciendo que tenía turno con el médico. También improvisó argunentos bastante
retorcidos para rehuir la compañía del Chino. Necesitaba estar solo, subirse a
la moto y buscar que el viento disolviera tanta pesadumbre acumulada.
Se sentía infinitamente desolado. ¿Este
era el futuro que le esperaba? ¿Así iba a ser la vida que estaba condenado a
soportar? ¿Trabajar duro todos los días, aturdido por el ruido de las
amoladoras y la cumbia, rodeado por individuos limitados con los cuales sólo
podría hablar de fútbol (y para colmo teniendo que fingir que era de Boca)? ¿Quedar
a merced de las arbitrariedades urdidas por Bevilacqua? ¿Acostarse invariablemente
preocupado por llegar a fin de mes, subsistir
acechado por la mordedura siempre latente de la pobreza, sin más salida a la
vista que una boleta providencial de Quini 6?
Lejos de aliviar su contrariedad, el
viaje en moto parecía potenciar en él una lúcida desesperanza que bosquejaba
ante sus ojos el mapa de un mundo angustiante. Ya no tendría una vida confortable,
no podría darse esos pequeños gustos que justificaban ei esfuerzo cotidiano. No
más escapaditas los fines de semana largos (la perspectiva de un viaje con
Luján y los tres chicos le resultaba, cuanto menos, claustrofóbica). No más
gimnasio dos veces por semana. No más exploraciones nocturnas en busca de
restaurantes y bares agradables. Ni siquiera podría gastarse unos pesos cada
tanto llamando a la agencia de acompañantes. Le resultó oprimente tener la
certeza de que jamás en su vida volvería a coger con una rubia.
Al pasar frente a una estación de
servicio, recordó que tampoco estaba en condiciones de seguir malgastando
nafta. Se detuvo en una calle céntrica sin saber qué hacer. Una chica pasó repartiendo
volantes y le dejó uno. Decía: “Licenciada Maia Wilkins – Vidente – Tarot –
Parapsicología. Trabajos garantizados” y daba un número de celular para
contactarse. Le pareció de cuarta. De todos modos, plegó el papel y se lo guardó
en el bolsillo. Así de bajo había caído.
No era justo, pensó. Él no había
nacido para llevar una vida así; él era clase media. Tenía derecho a sostener
otras aspiraciones. Sin embargo, un acontecimiento fatídico lo había depositado
en el sórdido pelotón de los excluidos. ¿Un equívoco de Dios? ¿Un berrinche del
destino? No, seguramente había sido una maniobra brutal de la resistencia
kirchnerista. Sólo de esa forma podía explicarse su presencia actual en el lado
equivocado de la grieta, la famoss grieta, ese cisma social pergeñado por la
Yegua y sus secuaces, empeñados en instalar el odio entre los argentinos.
Tenía razón el presidente cuando
decía que había que sellar la grieta cuanto antes. Él estaba totalmente de
acuerdo, sí señor: había que sellarla con cemento y con todos los kirchneristas
adentro para que no salieran nunca más. Había que terminar con tanto odio de
una vez y para siempre.
CONTINUARÁ
Tiemblan las convicciones "populistas". "Nada es para siempre". Viva Colón!!! (No me digás que me pusiste la roja y blanca, Alfredo)
ResponderEliminarMe mataste, no entendí la relación que hiciste. Pero bueno, por las dudas, no mezclemos aquí las grietas futbolísticas, que con la otra ya hay para hacer dulce,
ResponderEliminar