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"La grieta", instalación de la artista colombiana Doris Salcedo.

jueves, 29 de septiembre de 2016

VEINTIUNO


   El arquitecto Casares apareció por la obra pasado el mediodía. Quique lo vio gambetear pilas de escombros y acercarse al sector donde los obreros estaban tomando mate. Reconoció en su colega esa expresión de falsa normalidad con que acostumbraba enfrentar las crisis e imaginó que, por debajo de esa máscara neutra, debían estar repiqueteando las clásicas  palabras de Bevilacqua: “¡Andá y arreglame ese quilombo… YA!”, Por un segundo, tuvo la insustancial esperanza de que Casares se diera cuenta de todo con sólo verlo, pero el otro pasó de largo sin registrarlo. ¡Si pudiera captar su atención de alguna forma! Describiéndole, por ejemplo, cómo estaba decorada su oficina, o recitándole el nombre de sus tres hijas, o...  

    Alguien apagó la radio y, con ella, el monólogo silencioso e inútil de Quique. “¿Qué pasa, muchachos?”, preguntó Casares en tono paternal, como si en verdad no lo supiera. Todos los obreros miraron a Juan Domingo, y Quique se sintió compelido a hablar. Tratando de sonar convincente para no generar sospechas, explicó: a) que los compañeros estaban descontentos porque la empresa no había depositado la suma que había prometido, b) que los compañeros estaban preocupados porque la empresa no había hecho efectiva la indemnización a favor de los compañeros accidentados en la obra del hotel, y c) que los compañeros estaban inquietos porque se rumoreaba que, por dificultades financieras, la empresa planeaba inminentes despidos. Con tono calmo pero firme, Casares replicó: a) que como todos ellos sabían, la economía del país estaba atravesando una situación crítica y la empresa no era ajena a dicho contexto, b) que era necesario tener un poco de paciencia, y c) que justamente en un contexto semejante, ellos como empleados tenían que actuar con inteligencia, priorizar la preservación de su fuente de trabajo y no arriesgar su futuro laboral inmediato formulando reclamos que eran indiscutiblemente legítimos pero que, por el momento, resultaban inviables.

    A Quique le pareció una intervención admirable. ¡Eso era ponerse la camiseta de la empresa! Uno de los obreros más jóvenes soltó una vehemente protesta y los otros volvieron a mirar a Juan Domingo. Tras un momento de zozobra, Quique resolvió echar mano, una vez más, al recuerdo del acto de la tarde anterior: “Usted nos pide paciencia, arquitecto, pero la inflación es un cáncer que se va comiendo el salario del pueblo trabajador”. Sus palabras despertaron un murmullo general de aprobación.

   Casares se fue dejando tras de sí la vidriosa promesa de interceder ante Bevilacqua. Todos los albañiles felicitaron a Juan Domingo por su vibrante alocución. Hasta Yarará abandonó por un instante su reciedumbre habitual y le dijo, casi conmovido:

   -¡Muy bien, Juan! ¡Así habla un auténtico peronista, carajo!

 

CONTINUARÁ

3 comentarios:

  1. A pesar de que es cierto eso de que "La inflación se va comiendo.como un cáncer, el salario del pueblo trabajador", me has hecho reir mucho con ese cierre de capitulo,y la risa, no tiene precio. Una vez más gracias por estas entregas que eligen hablar de lo que todos callan: la dolorosa grieta argentina.

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  2. UNO DE LOS MEDIOS QUE NOS ACERCARA A LOS ARGENTINOS ES UNA EDUCACION DE CALIDAD ACORDE A CADA REGION DEL PAIS. EL SABER TRABAJAR EN FORMA COOPERATIVA Y SOLIDARIA. FOMENTAR EL ESPIRITU DE TRABAJO Y ORDEN. PREMIO AL ESFUERZO PERSONAL Y GRUPAL. EL ESTIMULO A LA INVESTIGACION Y CREATIVIDAD. FOMENTAR SOCIALMENTE UN ESPIRITU POSITIVO. DEBEN HACER SU APORTE TODOS LOS ACTORES SOCIALES.

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    1. Un cambio de actiud muy difícil de lograr mientras la TV siga naturalizando/fomentando el "vale todo" como recurso necesario para beneficio personal.

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