El arquitecto Casares apareció por la
obra pasado el mediodía. Quique lo vio gambetear pilas de escombros y acercarse
al sector donde los obreros estaban tomando mate. Reconoció en su colega esa
expresión de falsa normalidad con que acostumbraba enfrentar las crisis e imaginó
que, por debajo de esa máscara neutra, debían estar repiqueteando las clásicas palabras de Bevilacqua: “¡Andá y arreglame ese
quilombo… YA!”, Por un segundo, tuvo la insustancial esperanza de que Casares
se diera cuenta de todo con sólo verlo, pero el otro pasó de largo sin registrarlo.
¡Si pudiera captar su atención de alguna forma! Describiéndole, por ejemplo, cómo
estaba decorada su oficina, o recitándole el nombre de sus tres hijas, o...
Alguien apagó la radio y, con ella, el
monólogo silencioso e inútil de Quique. “¿Qué pasa, muchachos?”, preguntó
Casares en tono paternal, como si en verdad no lo supiera. Todos los obreros
miraron a Juan Domingo, y Quique se sintió compelido a hablar. Tratando de
sonar convincente para no generar sospechas, explicó: a) que los compañeros
estaban descontentos porque la empresa no había depositado la suma que había
prometido, b) que los compañeros estaban preocupados porque la empresa no había
hecho efectiva la indemnización a favor de los compañeros accidentados en la
obra del hotel, y c) que los compañeros estaban inquietos porque se rumoreaba
que, por dificultades financieras, la empresa planeaba inminentes despidos. Con
tono calmo pero firme, Casares replicó: a) que como todos ellos sabían, la
economía del país estaba atravesando una situación crítica y la empresa no era
ajena a dicho contexto, b) que era necesario tener un poco de paciencia, y c)
que justamente en un contexto semejante, ellos como empleados tenían que actuar
con inteligencia, priorizar la preservación de su fuente de trabajo y no
arriesgar su futuro laboral inmediato formulando reclamos que eran
indiscutiblemente legítimos pero que, por el momento, resultaban inviables.
A Quique le pareció una intervención
admirable. ¡Eso era ponerse la camiseta de la empresa! Uno de los obreros más
jóvenes soltó una vehemente protesta y los otros volvieron a mirar a Juan Domingo.
Tras un momento de zozobra, Quique resolvió echar mano, una vez más, al recuerdo
del acto de la tarde anterior: “Usted nos pide paciencia, arquitecto, pero la
inflación es un cáncer que se va comiendo el salario del pueblo trabajador”.
Sus palabras despertaron un murmullo general de aprobación.
Casares se fue dejando tras de sí la vidriosa
promesa de interceder ante Bevilacqua. Todos los albañiles felicitaron a Juan
Domingo por su vibrante alocución. Hasta Yarará abandonó por un instante su reciedumbre
habitual y le dijo, casi conmovido:
-¡Muy bien, Juan! ¡Así habla un
auténtico peronista, carajo!
CONTINUARÁ
A pesar de que es cierto eso de que "La inflación se va comiendo.como un cáncer, el salario del pueblo trabajador", me has hecho reir mucho con ese cierre de capitulo,y la risa, no tiene precio. Una vez más gracias por estas entregas que eligen hablar de lo que todos callan: la dolorosa grieta argentina.
ResponderEliminarUNO DE LOS MEDIOS QUE NOS ACERCARA A LOS ARGENTINOS ES UNA EDUCACION DE CALIDAD ACORDE A CADA REGION DEL PAIS. EL SABER TRABAJAR EN FORMA COOPERATIVA Y SOLIDARIA. FOMENTAR EL ESPIRITU DE TRABAJO Y ORDEN. PREMIO AL ESFUERZO PERSONAL Y GRUPAL. EL ESTIMULO A LA INVESTIGACION Y CREATIVIDAD. FOMENTAR SOCIALMENTE UN ESPIRITU POSITIVO. DEBEN HACER SU APORTE TODOS LOS ACTORES SOCIALES.
ResponderEliminarUn cambio de actiud muy difícil de lograr mientras la TV siga naturalizando/fomentando el "vale todo" como recurso necesario para beneficio personal.
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