Cerca de
las 3, Luján lo llamó para avisarle que ya había dejado a los chicos en lo de
su madre y acordar algo sobre la dichosa cita que tenían a las 5 en lo de ese
tal Turco. Quedó azorado cuando un comentario de la morocha le permitió entender
de qué se trataba la cosa: iban a participar de una manifestación en la plaza
para protestar contra los despidos de estatales. “¡Una marcha para apoyar a los
ñoquis!”, se espantó Quique. Estuvo a punto de revolear el celular y salir
corriendo, pero se dio cuenta de que huir sólo hubiese complicado aún más su
situación. Al fin de cuentas, le gustara o no, ese aparato y esa mujer eran los
únicos hilos concretos que lo ligaban con esa nueva identidad suya que le era por
completo desconocida. Además –y eso no era un detalle menor- estaba el tema del
hambre feroz que cargaba. Había que verle el lado positivo al asunto, razonó: en
ese momento dramático de su vida, participar de la marcha era la posibilidad
más directa que tenía de acceder a un choripán.
“Tengo un
problema; estoy sin la moto”, dijo para excusarse de cumplir con un encargo que
le formulaba Luján, y mintió que a la mañana no había podido hacerla arrancar.
Después, tuvo que improvisar una serie de argumentos evasivos para no dar
precisiones acerca de la jornada laboral que en realidad no había tenido y para
no revelar dónde se encontraba. Trastabilló un par de veces y temió que a la
morocha se le diera por desconfiar y hacerle una escenita de celos. Sin
embargo, consiguió salir airoso del laberinto y terminó la conversación
habiendo obtenido los datos mínimos necesarios para saber dónde debían
encontrarse.
A los pocos
segundos, escuchó que le llegaba un whatsapp. Pensó que a la morocha se le
había olvidado decirle algo. Incluso, igual que un chico ante la perspectiva de
una mañana de clases, fantaseó por un instante, y sin mayores fundamentos, con la posibilidad de que la
marcha se hubiese suspendido. Pero no era Luján la del mensaje. “La Garganta Poderosa ,
¡genios totales!”, anunciaba el encabezado del texto. Dejó de leer y guardó el
teléfono con indignación. Le costaba creer que hubiera gente dispuesta a perder
el tiempo elogiando a un grupo de cumbia.
CONTINUARÁ
texto completamente discriminatorio...
ResponderEliminarNo, Marianella. Al contrario, es un manifiesto contra la discriminación. El argumento de esta historia está teñido por la ironía. Es justamente una ácida crítica a los que discriminan. Leé el primer capítulo y te vas a dar cuenta.
EliminarSi bien el titulo apuesta a la grieta, la obra me parece genial, no solo desde el punto de vista literario, sino del eduativo, por el hecho de que al obligar al lector a leer la realidad desde una piel tan opuesta nos enseñás a flexibilizarnos , a aprender lo que es la tolerancia, y a aumentar nuestra comprensión por el que está del otro lado de la grieta, (que es mucho más que una palabra). Gracias Alfredo, tu obra es un gran aporte desde el ángulo o vereda desde donde se la mire.
ResponderEliminarNo es que el título "apueste" a la grieta. Es que soy bastante pesimista con respecto a la posibilidad de que los Quiques Rinaldis que nos rodean (que son muchos)cambien de actitud. Ojalá este blog contribuya en algo.
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