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"La grieta", instalación de la artista colombiana Doris Salcedo.

jueves, 25 de agosto de 2016

ONCE

   Cerca de las 3, Luján lo llamó para avisarle que ya había dejado a los chicos en lo de su madre y acordar algo sobre la dichosa cita que tenían a las 5 en lo de ese tal Turco. Quedó azorado cuando un comentario de la morocha le permitió entender de qué se trataba la cosa: iban a participar de una manifestación en la plaza para protestar contra los despidos de estatales. “¡Una marcha para apoyar a los ñoquis!”, se espantó Quique. Estuvo a punto de revolear el celular y salir corriendo, pero se dio cuenta de que huir sólo hubiese complicado aún más su situación. Al fin de cuentas, le gustara o no, ese aparato y esa mujer eran los únicos hilos concretos que lo ligaban con esa nueva identidad suya que le era por completo desconocida. Además –y eso no era un detalle menor- estaba el tema del hambre feroz que cargaba. Había que verle el lado positivo al asunto, razonó: en ese momento dramático de su vida, participar de la marcha era la posibilidad más directa que tenía de acceder a un choripán.
 
   “Tengo un problema; estoy sin la moto”, dijo para excusarse de cumplir con un encargo que le formulaba Luján, y mintió que a la mañana no había podido hacerla arrancar. Después, tuvo que improvisar una serie de argumentos evasivos para no dar precisiones acerca de la jornada laboral que en realidad no había tenido y para no revelar dónde se encontraba. Trastabilló un par de veces y temió que a la morocha se le diera por desconfiar y hacerle una escenita de celos. Sin embargo, consiguió salir airoso del laberinto y terminó la conversación habiendo obtenido los datos mínimos necesarios para saber dónde debían encontrarse.
 
   A los pocos segundos, escuchó que le llegaba un whatsapp. Pensó que a la morocha se le había olvidado decirle algo. Incluso, igual que un chico ante la perspectiva de una mañana de clases, fantaseó por un instante, y sin mayores fundamentos, con la posibilidad de que la marcha se hubiese suspendido. Pero no era Luján la del mensaje. “La Garganta Poderosa, ¡genios totales!”, anunciaba el encabezado del texto. Dejó de leer y guardó el teléfono con indignación. Le costaba creer que hubiera gente dispuesta a perder el tiempo elogiando a un grupo de cumbia. 
 
CONTINUARÁ

4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. No, Marianella. Al contrario, es un manifiesto contra la discriminación. El argumento de esta historia está teñido por la ironía. Es justamente una ácida crítica a los que discriminan. Leé el primer capítulo y te vas a dar cuenta.

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  2. Si bien el titulo apuesta a la grieta, la obra me parece genial, no solo desde el punto de vista literario, sino del eduativo, por el hecho de que al obligar al lector a leer la realidad desde una piel tan opuesta nos enseñás a flexibilizarnos , a aprender lo que es la tolerancia, y a aumentar nuestra comprensión por el que está del otro lado de la grieta, (que es mucho más que una palabra). Gracias Alfredo, tu obra es un gran aporte desde el ángulo o vereda desde donde se la mire.

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  3. No es que el título "apueste" a la grieta. Es que soy bastante pesimista con respecto a la posibilidad de que los Quiques Rinaldis que nos rodean (que son muchos)cambien de actitud. Ojalá este blog contribuya en algo.

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