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"La grieta", instalación de la artista colombiana Doris Salcedo.

jueves, 18 de agosto de 2016

NUEVE

    “Juan Domingo Villagra”, repitió mentalmente Quique varias veces, como si quisiera acostumbrarse a una noticia trágica, a una catástrofe irreversible, a un diagnóstico de enfermedad terminal. Con tantos nombres posibles, haber mutado en un Juan Domingo parecía más una artera maniobra típica del peronismo que una ironía ciega del destino. Por añadidura, el hecho de que dos de sus flamantes hijos se llamaran Néstor y Cristina era un castigo administrado con alevosía y ensañamiento. ¿La morocha se llamaría Eva? ¡Era lo único que le faltaba!
   Juan Domingo Villagra. Nada sabía acerca de ese hombre que lo retenía encerrado en un cuerpo ajeno y lo había privado de su vida. Se sentó en un banco de la peatonal y se puso a revisar el teléfono. Venció las arcadas que le producía el fondo de pantalla y entró en el Facebook de su dueño en busca de información. Luego de varios minutos de exhaustivo análisis, concluyó frustrado que Juan Domingo sólo compartía con él cuatro cosas: su fecha de nacimiento, su número de DNI, su nacionalidad argentina y –a Dios gracias, pensó- su condición de varón heterosexual. Por lo demás, Juan Domingo chorreaba grasa por donde se lo mirara: le gustaba la cumbia, era rabiosamente peronista, militante K, fanático de Boca y morocho con índices exorbitantes de melanina. Por ciertas fotos sospechó que era albañil, en cuyo caso la breve charla telefónica que había mantenido con el Chino adquiría coherencia retroactiva. Pertenecía al grupo “Resistiendo con Aguante” y estaba claro que detestaba a Macri, a Cambiemos y a todos sus votantes. Estaba casado y tenía los tres hijos que él había visto a la mañana. Efectivamente, Néstor y Cristina eran mellizos. La morocha se llamaba Luján Salinas, trabajaba en un comedor escolar o algo así y era tan K como Juan Domingo. Una foto suya en el río corroboraba la impresión que había tenido al verla desnuda en el dormitorio del Fonavi: todavía estaba para darle.
   Venciendo su aversión, leyó varias publicaciones, algunas subidas por el propio Juan Domingo; otras por sus contactos. Invariablemente, todas pendulaban entre las críticas feroces al gobierno actual y la glorificación irrestricta del anterior. La lectura le resultó indigerible y, en menos de tres minutos, salió enfurecido de la sesión. Recordó haber deseado que el ARSAT estallara en el aire el día del lanzamiento para que la Yegua pasara un papelón internacional. Ahora sentía que se había quedado corto; el satélite debería haber caído encima de una manifestación kirchnerista para aplastarlos a todos juntos.
    No entendía cómo esos energúmenos podían ser tan intolerantes y antidemocráticos.
 
CONTINUARÁ

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