“Juan
Domingo Villagra”, repitió mentalmente Quique varias veces, como si quisiera
acostumbrarse a una noticia trágica, a una catástrofe irreversible, a un
diagnóstico de enfermedad terminal. Con tantos nombres posibles, haber mutado
en un Juan Domingo parecía más una artera maniobra típica del peronismo que una
ironía ciega del destino. Por añadidura, el hecho de que dos de sus flamantes hijos
se llamaran Néstor y Cristina era un castigo administrado con alevosía y
ensañamiento. ¿La morocha se llamaría Eva? ¡Era lo único que le faltaba!
Juan
Domingo Villagra. Nada sabía acerca de ese hombre que lo retenía encerrado en un
cuerpo ajeno y lo había privado de su vida. Se sentó en un banco de la peatonal
y se puso a revisar el teléfono. Venció las arcadas que le producía el fondo de
pantalla y entró en el Facebook de su dueño en busca de información. Luego de
varios minutos de exhaustivo análisis, concluyó frustrado que Juan Domingo sólo
compartía con él cuatro cosas: su fecha de nacimiento, su número de DNI, su
nacionalidad argentina y –a Dios gracias, pensó- su condición de varón heterosexual.
Por lo demás, Juan Domingo chorreaba grasa por donde se lo mirara: le gustaba
la cumbia, era rabiosamente peronista, militante K, fanático de Boca y morocho con
índices exorbitantes de melanina. Por ciertas fotos sospechó que era albañil,
en cuyo caso la breve charla telefónica que había mantenido con el Chino
adquiría coherencia retroactiva. Pertenecía al grupo “Resistiendo con Aguante”
y estaba claro que detestaba a Macri, a Cambiemos y a todos sus votantes.
Estaba casado y tenía los tres hijos que él había visto a la mañana. Efectivamente ,
Néstor y Cristina eran mellizos. La morocha se llamaba Luján Salinas, trabajaba
en un comedor escolar o algo así y era tan K como Juan Domingo. Una foto suya
en el río corroboraba la impresión que había tenido al verla desnuda en el
dormitorio del Fonavi: todavía estaba para darle.
Venciendo
su aversión, leyó varias publicaciones, algunas subidas por el propio Juan
Domingo; otras por sus contactos. Invariablemente, todas pendulaban entre las
críticas feroces al gobierno actual y la glorificación irrestricta del
anterior. La lectura le resultó indigerible y, en menos de tres minutos, salió enfurecido
de la sesión. Recordó
haber deseado que el ARSAT estallara en el aire el día del lanzamiento para que
la Yegua pasara un papelón internacional. Ahora sentía que se había quedado corto;
el satélite debería haber caído encima de una manifestación kirchnerista para aplastarlos
a todos juntos.
No entendía cómo esos energúmenos podían ser tan intolerantes y
antidemocráticos.
CONTINUARÁ
gENIOOOOOOOOOOOOO!!!!!!!
ResponderEliminarGracias. Qué bueno que te guste.
ResponderEliminarSimplemente brillante
ResponderEliminarGracias.
EliminarSimplemente brillante
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