-¿Estás
bien, vos?- indagó, mientras le iba entregando todo lo que él había omitido
cargar.
-Sí, sí, estoy
bien, estoy bien- mintió Quique, rogando que no hubiera contratiempos de último
momento que postergaran su evasión. Sabía que la posibilidad de libera rse estaba a sólo dos pisos por escalera y no
podía darse el lujo suicida de frustrarla.
Bajaron los
cinco en silencio y los recibió una mañana gris con semblante de recién llovida.
Ocultando su extravío geográfico, siguió a la mujer y a sus hijos hacia el
espacio descubierto que servía de estacionamiento general. La morocha se detuvo
junto a un viejo Renault 12 azul bastante desvencijado y se despidió de él con
un beso fugaz en la boca. “A las 5 en lo del Turco”, le dijo desde adentro y él,
sin entender el sentido de aquel enigmático recordatorio, se limitó a asentir
con la cabeza. El
pibe chorro le gruñó un saludo antes de subir y los dos más chicos (¿eran
mellizos?) le gritaron “Chau, papi” casi al unísono. Vio cómo el auto
maniobraba con dificultad en el barro y se alejaba por una calle de ripio
flanqueada por casitas bajas y deslucidas.
Le resultó
extraño que todo hubiese sido tan simple, pero lo había logrado. Estaba solo. Y
libre.
Cayó en la
cuenta de que no sabía a cuál de las veinte motos y ciclomotores que había en
el lugar correspondían las llaves que tenía en el bolsillo. No se preocupó
demasiado: lo prioritario era recuperar su vida a la mayor brevedad posible,
así que decidió escapar a pie. Eligió el rumbo por intuición y se puso en
marcha sobreponiéndose al miedo punzante de que lo asaltaran a cada paso. Llegó
a una avenida cercana y, al leer los carteles indicadores, confirmó que sus
temores no eran exagerados: estaba caminando por el medio de un barrio con
reputación de violento y peligroso. Apretó los labios y apuró el paso en
dirección al sur como quien atraviesa un terreno plagado de invisibles serpientes
venenosas, ansiando esfumarse de allí cuanto antes.
Cuando
escuchó desde un costado la voz apremiante y próxima que lo conminaba a detenerse,
sintió las tenazas de la fatalidad mordiéndole la nuca. Refrenó su primer
impulso de salir corriendo y se dio vuelta con la certeza de que ahora sí, finalmente,
iba a engrosar las estadísticas de la inseguridad callejera.
Le
sorprendió no ver a un ladrón apuntándole con un revólver o arrimándole un
cuchillo a la garganta, sino a dos policías que lo observaban fijamente con ostensible
actitud represiva, como si el ladrón hubiese sido él.
CONTINUARÁ
jajajajaja yo soy la peroncha!!! que lindo que hablen de una ... Mule es el Quique!!
ResponderEliminarMe alegro de que te sientas la heroína de la historia, pero identificarlo al pobre Javier con el villano, ¿no será demasiado? Jaja.
ResponderEliminar¡VA GENIAL ALFREDO!! LA DISFRUTO MUCHO... Y LO MEJOR ES QUE UNA PUEDE IR PRESINTIENDO LO QUE PUEDE SEGUIR EN EL CAP 6...JAJAJA
ResponderEliminarGRACIAS POR EXISTIR, HERMANO!...
Síganme, que no los voy a... No, esto me suena de algún lado.
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