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"La grieta", instalación de la artista colombiana Doris Salcedo.

martes, 23 de agosto de 2016

DIEZ

   Jamás en su vida se había sentido tan vulnerable. Era un extraterrestre abandonado en la galaxia equivocada. Peor aún: era un alma errante encarnada en un cuerpo indeseable. Caminó sin rumbo por el centro durante horas. Aturdido, no sabia dónde ir, no sabía qué hacer. Miraba con extrañeza las vidrieras y los afiches publicitarios que prometían una vida feliz a la que ya no podía acceder. Le costaba concebir que, de un día para otro, sus derechos –esos derechos que tanto se había esforzado por conseguir y defender- se hubiesen evaporado sin un justificativo válido. Ya no habría vacaciones en Punta Cana, ni tarjetas de crédito Premium, ni Led de 42 pulgadas, y esa confiscación lo indignaba. Un corralito sobrenatural; eso era lo que le habían impuesto. Y la pesificación que le ofrecían a cambio consistía en devolverle un futuro devaluado y proletario.
 
   La imagen gigante de una Big Mac le dio hambre. Ya eran casi las dos de la tarde, no había desayunado y no recordaba qué y cuánto había cenado la noche anterior. Era imperativo resolver ese asunto de inmediato. Claro que para eso había un serio escollo: se había gastado todo en el taxi y, dadas las singulares circunstancias por las que estaba atravesando, no sabía cuándo volvería a tener dinero a su disposición. Semanas atrás, había leído y compartido en Facebook que La Cámpora le pagaba ocho mil pesos por mes a los de “Resistiendo con Aguante” para que escribieran en contra del gobierno, pero era evidente que Juan Domingo ya se había patinado la mensualidad. En cuanto a los planes (porque seguro que, por ser militantes, el Estado los subsidiaba a él y a la morocha) no tenía la menor idea de cuándo se cobraban. Y el hambre, claro, no entendía de plazos.

   Con fuerza inspiradora, recordó un ejercicio del curso de coaching ontológico que había organizado la empresa un par de años atrás y se dijo que sólo era cuestión de vencer los miedos y afrontar la crisis con confianza  y creatividad. Al fin y al cabo, por el momento le bastaba con conseguir diez pesos para comprar un poco de pan y así engañar al estómago. Dejó pasar a cuatro personas por pudor pero al quinto –un hombre mayor con cara de buena gente- se animó a encararlo.

   -Señor, disculpe el atrevimiento. Perdí la billetera y necesito solamente diez pesos para…

   -¡Andá a pedirle guita a la Cristina, pelotudo!- lo acuchilló el hombre, con un desprecio casi orgásmico en la mirada.

   Abrumado por la dureza de la derrota, se dio cuenta de que era la quinta vez en el día que lo maltrataban gratuitamente.
 
   Como un eco burlón, resonaron en su memoria las palabras del ingeniero Bevilacqua, el dueño de la constructora, cuando se quejaba de los albañiles: “No hay caso, che; con la negrada no hay coaching ontológico que valga”.

 
CONTINUARÁ

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