La situación –insólita y
desesperante- le disparó la paranoia y se le hizo difícil controlarla. ¿Estaba
secuestrado? ¿Lo habían drogado? ¿Acaso La Cámpora había empezado a tomar
represalias contra los votantes de Macri? ¿Planeaban abducirlos uno por uno,
robarles su identidad y lavarles el cerebro para sumarlos, cual zombies, a las
filas del neokirchnerismo? ¿Estaban forjando desde las sombras una generación
de Clonazeplaneros? Lilita se había quedado corta; esa gente era mucho más
peligrosa de lo que ella misma había denunciado.
-¿Estás bien? ¿Qué te pasó? –llegó la
voz preocupada de la mujer desde el otro lado de la puerta.
Una delgadísima, agonizante hilacha
de lucidez le permitió decidir que no era momento para sincerar su
desconcierto. Debía disimular. Al fin y al cabo, si le mentía al Fisco en la
liquidación de impuestos, si le mentía a los clientes de la constructora con
los plazos de entrega, si le mentía a su médico con lo de reducir el consumo de
grasas, si le había mentido a su mujer durante el matrimonio y durante el
divorcio, si le había mentido a sus amigos jurando que jamás lo había votado a
Menem, ¿qué sentido tenía cambiar de estrategia justo ahora, que estaba
extraviado en un territorio hostil, afrontando el mayor peligro de su vida?
-No pasa nada- contestó. –Me golpeé
la rodilla.
-Boludo, gritaste como si lo hubieses
encontrado a Macri en la ducha- rezongó la mujer, y se alejó sin insistir.
Evitando pudorosamente mirarse de
nuevo al espejo, Quique abrió la puerta como si estuviera a punto de penetrar
una zona radioactiva y volvió al dormitorio en el que había despertado. Tuvo
claro que lo prioritario era abandonar su cautiverio de inmediato y como fuera.
Se vistió con lo que vio a mano (de su ropa, no había ni rastro). Miró el
placard con recelo. ¿Allí guardarían las armas clandestinas para combatir
contra el gobierno? Se puso de pie, dispuesto a afrontar lo que fuera. Trató de
pensar en positivo; se imaginó siendo entrevistado en TN, se imaginó siendo
recibido y condecorado por el presidente por haber contribuido a desarticular
una peligrosa célula camporista. Salió lentamente y sin hacer ruido; el corazón
le latía a mil. Dio unos pasos más. ¿Lo matarían? Respiró hondo. La suerte
estaba echada. Avanzó.
Apenas pisó la cocina, Cristinita
salió disparada hacia él y se le trepó para abrazarlo con todas sus fuerzas.
“¡Hola, papi!”, repetía la nena, mientras le tapizaba la cara de besos.
Tan sorprendido como incómodo, Quique no supo cómo
reaccionar. Hacía mucho que nadie le profesaba semejante muestra de cariño.
Lo confirmó: el populismo no tenía
límites. Usar a los niños para fines políticos era de cuarta.
Alf: te pasaste, ja ja ja ja está GENIAL, una parte tuya ES macrista, juaaaaaaa ja ja ja
ResponderEliminarJaja, no seas mala. ¡Es que lo tengo tan junado a ese discurso...! De todos modos, te confieso que a veces tengo miedo de que alguien no capte la ironía y me meta una denuncia en el INADI...
EliminarNaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa me muerrrrooooooo
ResponderEliminarCrstinita/Antonita jajajaja
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