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"La grieta", instalación de la artista colombiana Doris Salcedo.

martes, 2 de agosto de 2016

CUATRO

    La situación –insólita y desesperante- le disparó la paranoia y se le hizo difícil controlarla. ¿Estaba secuestrado? ¿Lo habían drogado? ¿Acaso La Cámpora había empezado a tomar represalias contra los votantes de Macri? ¿Planeaban abducirlos uno por uno, robarles su identidad y lavarles el cerebro para sumarlos, cual zombies, a las filas del neokirchnerismo? ¿Estaban forjando desde las sombras una generación de Clonazeplaneros? Lilita se había quedado corta; esa gente era mucho más peligrosa de lo que ella misma había denunciado.
   -¿Estás bien? ¿Qué te pasó? –llegó la voz preocupada de la mujer desde el otro lado de la puerta.

    Una delgadísima, agonizante hilacha de lucidez le permitió decidir que no era momento para sincerar su desconcierto. Debía disimular. Al fin y al cabo, si le mentía al Fisco en la liquidación de impuestos, si le mentía a los clientes de la constructora con los plazos de entrega, si le mentía a su médico con lo de reducir el consumo de grasas, si le había mentido a su mujer durante el matrimonio y durante el divorcio, si le había mentido a sus amigos jurando que jamás lo había votado a Menem, ¿qué sentido tenía cambiar de estrategia justo ahora, que estaba extraviado en un territorio hostil, afrontando el mayor peligro de su vida?

   -No pasa nada- contestó. –Me golpeé la rodilla.

   -Boludo, gritaste como si lo hubieses encontrado a Macri en la ducha- rezongó la mujer, y se alejó sin insistir.

   Evitando pudorosamente mirarse de nuevo al espejo, Quique abrió la puerta como si estuviera a punto de penetrar una zona radioactiva y volvió al dormitorio en el que había despertado. Tuvo claro que lo prioritario era abandonar su cautiverio de inmediato y como fuera. Se vistió con lo que vio a mano (de su ropa, no había ni rastro). Miró el placard con recelo. ¿Allí guardarían las armas clandestinas para combatir contra el gobierno? Se puso de pie, dispuesto a afrontar lo que fuera. Trató de pensar en positivo; se imaginó siendo entrevistado en TN, se imaginó siendo recibido y condecorado por el presidente por haber contribuido a desarticular una peligrosa célula camporista. Salió lentamente y sin hacer ruido; el corazón le latía a mil. Dio unos pasos más. ¿Lo matarían? Respiró hondo. La suerte estaba echada. Avanzó.

   Apenas pisó la cocina, Cristinita salió disparada hacia él y se le trepó para abrazarlo con todas sus fuerzas. “¡Hola, papi!”, repetía la nena, mientras le tapizaba la cara de besos.

   Tan sorprendido como incómodo, Quique no supo cómo reaccionar. Hacía mucho que nadie le profesaba semejante muestra de cariño.

   Lo confirmó: el populismo no tenía límites. Usar a los niños para fines políticos era de cuarta.

 
CONTINUARÁ

4 comentarios:

  1. Alf: te pasaste, ja ja ja ja está GENIAL, una parte tuya ES macrista, juaaaaaaa ja ja ja

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    1. Jaja, no seas mala. ¡Es que lo tengo tan junado a ese discurso...! De todos modos, te confieso que a veces tengo miedo de que alguien no capte la ironía y me meta una denuncia en el INADI...

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  2. Naaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa me muerrrrooooooo

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